Mi felicitación Navideña – La Portada coloreada del Nacimiento de la Catedral de Sevilla


Este año he tenido la ocurrencia de felicitar la Navidad coloreando la portada del Nacimiento de la Catedral de Sevilla (Lorenzo Mercadante (1464-1467))
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Recrear la portada como si estuviera pintada me ha servido es para ver con nuevos ojos la recreación que hace Mercadante del nacimiento de Jesús. La felicidad de la escena es evidente en los rostros de María y José, en la mujer que ofrece regalos al Niño Dios, en los pastores que bailan, en los ángeles que cantan e, incluso, en el pequeño pueblo de Belén que aparece al fondo, donde todos sus habitantes se asoman para contemplar el portal. Jesús preside la representación y su lecho se aparece como llamas de las que nacen estrellas.

Toda la representación es encantadora; y me sorprende cuántas cosas se me habían escapado cada vez que las había observado anteriormente. Así nos pasa en la vida; dicen que el tiempo en la niñez se hace más lento porque nuestro cerebro se recrea en cada experiencia que siempre es nueva. Cuando somos adultos, todo lo creemos ya vivido y el tiempo corre. Así pasa con el Misterio de la Navidad y con la Buena Noticia de los Evangelios. Oscar Wilde escribía en Reding: Últimamente he estado estudiando los cuatro poemas en prosa sobre Cristo con cierta diligencia… La repetición interminable… nos ha estropeado la novedad, la frescura, el sencillo encanto romántico de los Evangelios. Los oímos demasiadas veces y demasiado mal, y toda repetición es antiespiritual.”

Por eso, mi deseo navideño, mi intención con este colorear la portada del Nacimiento, es que nuestros ojos se abran y aprendamos a ver todo como si fuéramos niños que miran por primera vez. FELIZ NAVIDAD.

Juan Pablo Navarro Rivas

Santa Mónica, madre de San Agustín: "Os ruego que os acordéis de mí ante el altar del Señor doquiera que os hallareis"



Enterrad este cuerpo en cualquier parte, ni os preocupe más su cuidado; solamente os ruego que os acordéis de mí ante el altar del Señor doquiera que os hallareis». Y habiéndonos explicado esta determinación con las palabras que pudo, calló, y agravándose la enfermedad, entró en la agonía...Así, pues, a los nueve días de su enfermedad, a los cincuenta y seis años de su edad y treinta y tres de la mía, fue libertada del cuerpo aquella alma religiosa y pía.

Así cuenta San Agustín (354 – 430), en sus famosas Confesiones, la muerte de su madre, Santa Mónica (332 - 387), y su último ruego: que os acordéis de mí ante el altar del Señor doquiera que os hallareis

El mismo San Agustín lo comenta: Os ruego por una madre tan cristiana, que estando ya próximo el día de su muerte, no pensó siquiera en que su cuerpo se enterrase... sino únicamente que nos acordásemos de ella en el sacrificio del altar, al cual todos los días asistía y cooperaba indispensablemente. Sabía que en Él se ofrecía y sacrificaba aquella Víctima Santa, con cuya sangre se borró la cédula del decreto que había contra nosotros y quedó vencido nuestro mortal enemigo, que es el que se ocupa en hacer el cómputo de nuestros pecados... Pues a este Sacramento, que contiene el precio de nuestra redención, es al que mi madre y sierva vuestra tenía atada estrechamente su alma con el lazo de la fe. 

La petición de Santa Mónica está inspirada en la de Cristo en la ültima Cena: Haced esto en memoria mia. Reconoce en la Eucaristía, en el Cuerpo de Cristo, el lugar donde vive la memoria, el lugar del encuentro, el lugar de la vida.

Decía el paleontólogo (descubridor junto con Henri Breuil del Homo erectus pekinensis) y teólogo jesuita Teilhard de Chardin en “El medio divino”: No hay más que una misa y comunión. Estos actos diversos no son, sino puntos, diversamente centrales, en los que se divide y se fija para nuestra experiencia en el tiempo y en el espacio, la continuidad de un gesto único. En el fondo, sólo hay un acontecimiento que se desarrolla en el mundo: la Encarnación, realizada en cada uno por la Eucaristía. Todas las comuniones de una vida constituyen una sola comunión. Las comuniones de todos los hombres presentes, pasados y futuros constituyen una sola comunión…

Así, el ruego de Santa Mónica, el comentario de San Agustín y el pensamiento de Chardin alimentan mi fe en la Eucaristía y, delante del altar, me animan a buscar a mi padre, a todos e incluso a mí mismo, en lo que fui y seré, en la esperanza de encontrarnos en Cristo, nuestro Señor.

Juan Pablo Navarro
 

La Carta que me enviaron los Reyes Magos (II)


Ya ha pasado un año desde que te regalamos nuestra primera carta. Otra vez venimos a recordarte que tu vida es un regalo que sólo necesita que tú lo abras y acojas. Hoy es la Epifanía de los Reyes Magos.¿Sabes que significa Epifanía? Epifanía es un término griego que significa manifestación y, por ello, cada 6 de enero celebramos que Jesús se reveló como luz de las naciones. Es decir, Jesús es el regalo que se ofrece a ti y a todos, es Dios que se nos da.
Pero, como cualquier regalo, puede quedarse envuelto en el papel que nunca abrimos, escondido en la estantería de la que, con suerte, alguna vez lo sacamos; o, mejor, puede ser el alegre don que siempre nos acompaña.
Por ello, porque te amamos desde siempre, desde incluso antes de que nacieses, nada nos complace más que manifestarte nuestro amor y, por ello, insistirte en los dones que se te han dado para que siempre te acompañen y den luz a una vida alegre y eterna: la Palabra, la oración continua, la Eucaristía y la Reconciliación. Y todo ello, para que, descubriendo al Otro en tu corazón, cada hombre próximo a ti lo consideres tu prójimo.
Cuando se es pequeño, la mente es tan sana y abierta, que cualquier cosa se transforma en algo más profundo y, a su vez, lleno de posibilidades: una caja en las manos de un niño puede ser un coche, una casa, todo un reino.
Pero, poco a poco, el mundo te mete en su redil y se pierde la inocencia que deja ver la luz que se nos manifiesta en todo. Por eso, adora a ese Niño al que le regalamos oro, incienso y mira; ese Niño que creció y siguió creyendo en reinos en los cielos y tanto siguió creyendo en ellos que los ciegos los veían, los sordos escuchaban sus voces, los inválidos andaban por sus calles y, a los que nadie quería, les abrían sus puertas; y de tal modo creyó, que, cuando los que seguían enredados en las cosas tal como las ve el mundo lo acusaban, Él, como única defensa dijo: "mi reino no es de este mundo". Y así, no pudo ser de otra forma, murió coronado y su reino, desde entonces, es eterno. Y ese reino es el que se te manifiesta para que lo veas, lo escuches y andes por sus calles cada día de tu vida vestido en la alegría de su Amor. Simplemente, abre su puerta y acógelo en tu corazón.

Juan Pablo Navarro